
Según la tradición de la minería subterránea, el Diablo es amo y señor en las profundidades. Los curas no deben entrar para no irritarlo; las damas, para no poner celosa a su amante, la madre tierra. En las minas subterráneas, respetan a rajatabla las costumbres ancestrales de los obreros. Los sacerdotes no pueden entrar, y el Diablo no puede salir.